«¿Cuando lo supiste?» me pregunta mucha gente. Oficialmente, el 24 de noviembre de 2013, faltaba un mes para Navidad y nuestro buen amigo R, que trabaja en el laboratorio, nos trajo un folio doblado que confirmaba mis sospechas. «Es lo que es» dijo papá y R se marchó a casa, algo incómodo. Yo sólo me senté en la escalera y sentí que el tiempo se detenía y que, de repente, el peso del mundo entero, caía sobre mis hombros.
Pero mentiría si dijera que fue ese día. De hecho creo que lo he sabido desde siempre. Tú nunca fuiste como los demás. Estaba acostumbrada a ver bebés y nada de ti era como había visto tantas veces. Nada.
La primera vez que tuve miedo «en voz alta» tendrías a penas un mes. «A este niño le pasa algo», dije y te llevé al hospital. Tan diminuto tu… Era tan difícil conseguir que comieras, daba igual teta que biberón, estabas inquieto, llorabas de una forma «distinta», a gritos…nunca había oído un llanto igual. Tenías un sueño muy ligero, difícil de conciliar. Era raro verte dormir plácidamente, como duermen los bebés. Siempre parecías estar sufriendo… Pasaban las semanas y la promesa de que eran cólicos y te calmarías no llegaba. Eras absolutamente agotador…¡no entiendo como me quedaron ganas de tener más hijos!
A temporadas parecías mejorar. Tu desarrollo era lento e irregular, en todos los sentidos, pero todos lo achacaban a tu prematuridad. Ningún médico le daba importancia a nada y yo, por un tiempo, elegí que tenían razón.
Y con el paso de los meses todo se hizo tan evidente…
Casi seis años tienes. Casi tres del diagnóstico definitivo y a ratos aún me parece mentira…una broma de mal gusto.
Sin embargo, no pasa un día, por malo que sea, que no agradezca al universo que me eligieras para llegar. Te miro cuando duermes y me pareces perfecto en tu imperfección. Te observo cuando ríes, cuando juegas, cuando corres y se que no conozco un niño más feliz que tu. Eres tan difícil a veces y tan fácil otras. Sorprendente casi todo el rato.